miércoles, 12 de diciembre de 2012

De la Vanidad y la Humildad

Olga era ya una mujer mayor, se había pasado la vida haciendo cosas buenas por los demás, según como ella lo entendía. Estaba segura de tener un alma limpia y de haberse ganado el cielo. Y todas las noches antes de irse a dormir oraba a Dios pidiéndole que le mostrara cómo se veía su alma. Olga gozaba de una buena posición social y debido a esto siempre había podido compartir con las personas menos favorecidas. Para ella compartir significaba dar todo lo que le sobraba, comprar alimentos baratos para quienes no podían comer, dar limosna a los niños que encontraba en la calle, repartir los muebles viejos de su casa y regalar todos sus zapatos usados. Olga siempre gozó de perfecta salud por lo que se sentía agradecida y nunca visitaba a nadie enfermo para no molestarlo y hacerlo sentir peor, jamás asistió a ningún hospital pues eso era entorpecer la labor de quienes trabajaban allí, en ningún momento cuidó a alguien que se sintiera mal salvo a sus propios hijos y ninguna vez dejó de aportar dinero a los Bonos de la Salud, la Sociedad Anticancerosa y la Cruz Roja, con lo que estaba segura de dar una ayuda desbordante a los enfermos que no tenían tanta suerte como ella que nunca se enfermaba. Olga además aportaba trabajo a los pobres contratando en su casa mucho personal doméstico que jamás podía comer, sentarse o hablar con ella presente, con lo que indudablemente contribuía a la educación formal de esas ¡pobres gentes sin educación ni talento! Así que Olga se había asegurado su lugar junto a Dios en el cielo y con la conciencia de tener derecho a ello cada noche elevaba la misma oración – “Por favor Jesús muéstrame mi alma antes de llevarla junto a ti, pues quisiera saber cuan luminosa he de verme en el cielo, Padre nuestro…”-. Una tarde en la que Olga se encontraba cómodamente instalada en el sillón de su casa tejiendo y viendo la televisión, sonó el timbre en la entrada. Perezosamente Olga se levantó y se dirigió al pórtico y sin prestar mucha atención abrió la puerta. Frente a ella se encontraba la muchacha más sucia, desarrapada y andrajosa que jamás hubieran visto sus ojos. Olga se tapó la nariz pues casi no soportaba el olor exhalado por aquella chica. Y estuvo a punto de cerrar sus párpados para no tener que ver aquellos pies negros de tierra, aquellos trapos rotos y sin color definido y aquella cara llena de sucio, barro, mugre y quien sabe cuantos germenes y hongos que aún podía albergar, y además tenía la cabeza llena de piojos. No era posible verla sin sentirse desagradado y mal. Pero como Olga era una persona piadosa se compuso como mejor pudo para preguntar - ¿Quién eres? Y ¿Quién te envía?- . La muchacha entonces le contestó – Soy Alma y me envía Jesús-. Olga no podía creer lo que escuchaba, su mundo entero se le vino encima, sus recuerdos comenzaron a girar en su memoria frente a sus ojos, tan rápidos, que se mareó y se desmayó. La pobre Alma no supo que hacer, Jesús el dueño de la tienda le había enviado ante aquella señora para que le diera trabajo, él le había dicho que ella empleaba muchas personas en su casa y ahora ¡perdería la oportunidad de tener un empleo! todo el mundo pensaría que era su culpa la caída de la señora y ¿si le pasaba algo? Alma salió corriendo y le avisó a un vecino, quien llamó a una ambulancia que recogió a Olga y la llevó a la Clínica donde pasó dos días en recuperación. Desde entonces Olga cambió. Se dio cuenta de la terrible realidad en la que había vivido. Todo lo que consideraba que cumplía de modo humilde y bueno había sido hecho con orgullo y vanidad y Jesús se lo enseñaba ahora. Lo primero que hizo fue darle gracias a Dios por mostrárselo a tiempo y ofrecerle aún algunos años para reponer sus faltas. Olga arregló su enorme casa y la convirtió en un refugio para los niños y ancianos de la calle que no tenían donde dormir. Se quedó con siete vestidos y los demás los dio a la gente que veía sin nada decente para ponerse encima. Desempolvó su viejo titulo de maestra y le enseñó a leer y a escribir a muchos adultos que no habían podido hacerlo. Y organizó su jardín de manera tal que cada perrito, gato o pajarito abandonado pudiera vivir y comer allí. Sus viejas amistades la abandonaron por loca y excéntrica y aún sus hijos ya no la visitaban nunca pues ella siempre estaba acompañada y ocupada con alguien por atender. Y perdió su posición social en el club por no asistir, y su renombre por no hacer nunca más contribuciones en efectivo a las instituciones de salud. Pero se llenó de sonrisas verdaderas, de lujos del alma y de amor por todos lados, los niños, los viejos, los adultos y los animales en su casa la adoraban. Y así fue como un día Olga murió, en medio de la fiesta de bodas de Alma, aquella chica que una vez tocó a su puerta en nombre de Jesús. Y ese día, cuando calló de la silla donde estaba sentada durante la ceremonia, todos corrieron hasta ella para atenderla y fue Alma lo último que Olga vio antes de morir. Y Alma se presentó ante sus ojos, luminosa y blanca, hermosamente vestida con su traje de novia.